viernes, 29 de enero de 2021

HE ASESINADO A MI JEFE

 Hola, lectores. A continuación os presento un relato de nuestra compañera Ana.

-Padre, me acuso de que he matado a mi jefe.

- ¡Jesús, María y José! ¿Y cómo fue, hijo mío?

- Le aplasté el cráneo con la fotocopiadora.

-¡Válgame Cristo! ¿Y existe algo que pueda alegar como atenuante de la gravedad de su pecado?

- Sí, padre, soy consciente de ello, y el sentimiento de culpa no me deja conciliar el sueño por las noches, pero mi jefe era un ser odioso, me hacía la vida imposible. Nada de lo que yo hiciera le parecía correcto.

- Cuéntame cómo sucedió todo.

- Bueno, yo soy el Redactor y supervisor en una editorial, y estábamos haciendo una enciclopedia sobre el mundo animal. Todo iba bien hasta que tocó hablar de los tiburones. Recuerdo perfectamente el final de mi artículo: “y cuando el confiado bañista vislumbra en el horizonte la aleta dorsal del terrible y voraz enemigo, ya puede empezar a temer por su vida.”

- Bueno, eso me parece bastante veraz.

- Pues se ve que a mi jefe no se lo pareció. Me dijo que en la enciclopedia se trataba de defender los animales, y que debíamos procurar que el lector llegara a sentir amor y simpatía hacia los tiburones. ¡Figúrese usted! ¡Amor y simpatía! Además, se había erigido en el profeta de los animales, y con ese título firmaba sus artículos y prologaba los temas de la enciclopedia. Se creía el amo del mundo, era sencillamente inaguantable.

- Pero, por ahora, no encuentro motivos para ese odio tan feroz que le llevó a usted a cometer tan horrendo crimen.

- Horrendo, el volumen de la enciclopedia de Vida Animal dedicado a los escualos: ¡quedaron retratados como mascotas de pecera!

- Bueno, quizás mi jefe era un tanto excéntrico con respecto a los animales.

- y luego comenzó a exigir: que si cincuenta fotos con teleobjetivo; que si un artículo de doscientas palabras para esta misma tarde… ¡Yo me vi desbordado!

Un día, estaba yo haciendo unas fotocopias de unos datos que había hallado en Internet, y me dijo que todo aquello no servía para nada: ¡un trabajo que me había llevado tres cuartos de hora! ¡Me puse como una fiera! ¡Yo mismo, al recordarlo, me sobresalto!

Y fue cuando, mirando fijamente mi nariz, que parecía un tubérculo bulbero, me enardecí. Mis ojos llameaban y mis brazos parecían actuar solos cuando volqué la fotocopiadora justo sobre su cabeza, y lo maté.

-¿Y qué hizo después?

-Pues avisé de que había ocurrido un accidente en la copistería, recogí mis cosas y me fui a casa.

-¿Y no sospecharon de usted?

-Para nada. Al día siguiente se celebró el funeral y lloré al darles el pésame a sus familiares. Dos días después, me despedí de la empresa.

-¿Se despidió?

-Sí, cobré mi finiquito y empecé a trabajar en otra editorial que ya hacía tiempo que me echaba el lazo.

-Espere un momento; por todo lo que me ha contado, me parece que yo conozco a su jefe.

-¿Qué le conoce?

-Bueno, le conocía. ¿No se llamaba Ramón Molina Muñoz, de Editorial Muñoz y Cía?

-Sí, padre, ese mismo.

-Pues en ese caso, y ya que nadie ha descubierto su crimen y yo estoy obligado a guardar el secreto de confesión, no me queda más que imponerle la penitencia.

-¿Y qué tengo que hacer, padre? ¿Qué debo rezar?

-Rezar, puede rezar lo que quiera. Pero Ramón Molina Muñoz era uno de mis mejores feligreses, y el que más ayudaba económicamente a esta parroquia. Para compensar su crimen y la pérdida de nuestro benefactor, usted deberá hacer un estipendio de 50,00 euros mensuales, mientras que yo siga siendo el párroco de aquí.

-¿Y eso es todo?

-Eso es todo, hijo, y hágame el favor, de no fallar los domingos a misa.

-Gracias, padre.

-Déselas a Dios. “Ego te absolvo in nomine páter et fili et Spiritu Sancto.

-Amen.

-Vaya en paz y no asesine más.




 

2 comentarios:

  1. Que listo es ese cura. Me ha impactado el relato. A pesar de este relato seguiré creyendo en Dios.

    ResponderEliminar
  2. Soy creyente en Dios, y es un relato muy verdadero.

    ResponderEliminar